El Cayo Hueso, como también lo llaman, es la última de las islitas que están unidas por sucesivos puentes al sur de la Florida. Justamente, de eso se jactan, de ser el punto más austral de USA, a 90 millas de Cuba. El lugar es fascinante: supo ser la casa de Hemingway, Tenesse Williams y hasta el propio Truman construyó allí la “Little White House”. Hoy viven (según el policeman parado en la puerta de un burdel) unas 30.000 personas (según el censo de 2010, precisamente 24.649), pero otras tantas lo visitan en forma permanente, para disfrutar de las bellezas naturales de la zona, del encanto de su clima y ambiente caribeño y la joda fenomenal que se desata por la noche en la Duval St.: cuadras y cuadras de boliches atestados de gente, con música en vivo, ríos de cerveza y mojitos corriendo. Una de las actividades preferidas es gritar: se juntan dos en una esquina, pasan tres caminando y unos le sampan: iuuhuuuu, y los otros contestan jiiiiiiiiiia, y así toda la noche. A primera vista parece un poco tonto, pero si uno se anima, te aseguro que es bastante liberador.
Los lugareños se jactan de no parecerse a los norteamericanos, sino de tener un espíritu relajado: you are in the Keys, just relax…tan relajada es la cosa que en casi todas las playas hay carteles que indican que ni siquiera es necesario usar traje de baño.
La ciudad es hermosa, con una vegetación exuberante, muy de cara al mar. Las construcciones son mayoritariamente de madera, con galerías, plantas colgadas y la infaltable mecedora que marca el ritmo de los lugareños.
Hay una parte agitadísima, día y noche, que es la que rodea la calle Duval y la Mallory Square. Ahí se arma al atardecer, frente al mar, con artistas, malabaristas, hombres lanza llamas, tarotistas y cuanta cosa te puedas imaginar. La gente espera allí la caída del sol, comiéndose una key lime pie, que es el postre típico. Luego arranca la procesión para la calle principal y quién sabe cuándo y cómo puede terminar.
Muy cerquita, para los dos lados, hay zonas muy lindas y un poco más apacibles, unas explanadas sobre el mar hermosas para caminar. Luego están las marinas desde donde salen todo tipo de embarcaciones para hacer desde avistamiento de delfines, pesca del pez vela, snorkel, parasail, jet ski o simplemente navegar alrededor de la isla.
Hicimos un tour alrededor de la isla, unos 40 km, en jet ski, pasando desde el Golfo de México al Atlántico. Mientras el mar estuvo calmo fue solo la adrenalina de la velocidad, pero cuando la cosa se empezó a picar parecía que estábamos arriba de un toro salvaje. A las dos horas nos bajamos con las piernas como garrotes de tanto tratar de afirmarnos al piso de la moto. A mi me quedaron los brazos con la forma del torso de mi marido y al pobre creo que le abrí un ombligo que antes no tenía. Fuerte, pero muy divertido: se tienen perspectivas diferente de la isla y es un placer deslizarse por las aguas cristalinas o entrar en los canales.
Otra tarde nos embarcamos en un catamarán para hacer snorkel en los arrecifes. La verdad es que nadar por allí, viendo rayas, tiburones chiquitos, barracudas y distintas variedades de peces de colores genera una sensación que me cuesta describir. Si me conocieran sabrían que yo estaría mucho más tranquila si el coral fuera de plástico y los pececitos de goma, porque soy bastante cobarde, para decirlo directamente. Sin embargo, el gozo es tal, la sensación de ser todo uno con el agua, el coral, la vida, que vale desterrar decididamente cualquier aprensión.
Cuando volvíamos, nos cruzamos con un grupo de delfines que empezaron a navegar alrededor del barco. Qué natural que fluye la alegría cuando uno se expone a esas cosas! En ese momento mi pecho se fue a nadar con ellos.
El atardecer nos regaló el espectáculo maravilloso del sol derritiéndose en el mar, al punto que ya no era posible distinguir qué era sol y qué reflejo.
Paseo muy recomendable para realizar en familia o con amigos. Luego me cuentan!
(Publicado por primera vez en www.elpais.com.uy/blogencia)
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